martes, 7 de julio de 2009

Los guardacachivaches

Ahí estábamos Román y yo, sentados en la Alameda comiendo tlacoyos cuando un hombre y una mujer de apariencia extraña se acercaron a nosotros. Un “hola” exigiendo toda nuestra atención salió de sus labios que apenas se dibujaban entre las barbas y la mugre de su rostro. Nosotros le dimos un “hola” sin mucho entusiasmo, pensamos que tal vez quería dinero o nuestros tlacoyos. Pero no, no fue así. Primero le pidió a Román que se hiciera a un lado para que él cupiera en la banca. Sólo cabíamos los tres, la mujer de cabellos rubios se quedó de pie, recargada en un carrito de mandado lleno de cachivaches. La guarda cachivaches. Su guardacachivaches.

Nuevamente, demandando nuestra atención dijo – soy árabe, puedo hablar contigo pero no con tu mujer, mi mujer lo prohíbe-. Ante la advertencia los dos guardamos silencio. Yo pensé que Román se estaba solidarizando conmigo. El hombre decía venir huyendo de Suiza y España, nosotros nos preguntábamos mil cosas pero guardábamos silencio. Una vez que Román se acabó su tlacoyo dijo –a mí me encantaría poder estar en Suiza o en España-.

-¡El mundo está lleno de gente estúpida¡, ¿Creen que ahí van a encontrar la felicidad? ¡Todo está podrido por la miseria¡¡ ¡¡Todo¡¡¡ ¡Todos los lugares son el mismo lugar¡ ¿No se dan cuenta? Mira¡¡

El hombre enfurecido saca un celular de su bolsillo y le muestra a Román una foto.

-Qué bonita niña ¿es tu hija?- dijo Román contemplando seriamente la foto

-No tengo hijos, no los tendré nunca porque acabarán igual que ella-. Renegó el árabe

Luego le muestra a Román otra foto en la que yo apenas alcancé a ver de reojo unas manchas borrosas.

-No distingo qué es- dijo Román

-No es nada. Sólo es la niña que flota como mosca cuando se tiró desde un edificio en Suiza. A nadie le importó hasta que hubo que quitar las manchas de la calle. Y qué crees ¿Que quería comer? ¿Que quería dinero? Lo dudo-.

Yo hice de mi tlacoyo una bolita de maza en mis manos. Pensaba que esa niña no tenía ningún guardacachivaches.

La lluvia nos dio otra oportunidad de comenzar el día. Corrimos con todas nuestras fuerzas, el coche estaba lejos y yo sólo quería que Coyoacán borrara a la niña suspendida en el aire.

La lluvia arreció y desde dentro del auto veía a la gente correr. Nadie quería mojarse. Nadie quiere morirse tampoco. Nadie quiere estar solo. Ni Román, por eso se llena de mujeres cuando yo no estoy. Ni yo, por eso me lleno de cursos y de películas cuando no está él, también de amigos con los que me hago fantasías en mi cabeza pero que pocas veces he llevado a la realidad. Sólo pocas veces.

El semáforo en rojo, la lluvia en el parabrisas, Román limpia los vidrios y unos niños se revelan en el crucero. Las gotas vuelven a tapar lo que hay afuera. Yo le pido a Román que deje las gotas, que no las limpie, que apague el parabrisas. Coyoacán nos espera.